Mt 9,1-8. ¡ANIMO!, TUS PECADOS TE SON PERDONADOS.

 

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«Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados».

Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Este está blasfemando».

Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: «Tus pecados te son perdonados», o decir: «Levántate y anda»? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice entonces al paralítico -: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»».

El se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres» (Mt 9,1-8).

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Jesús supo combinar el poder de curar con el núcleo de su mensaje, para darles una interpretación religiosa profunda: vio en las curaciones el comienzo del Reino de Dios que él anunciaba. Cada vez que alguna forma de mal (físico o moral) era superada, se iba haciendo presente ese nuevo mundo prometido por Dios a través de sus profetas:

«Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo» (Is 35,4-6).

También Jesús infunde al paralítico una confianza semejante en el poder salvador de Dios. Y lo hace usando las mismas palabras dirigidas en el pasado en situaciones de gran angustia para los israelitas:

Moisés al pueblo: «No temáis; ¡ánimo!, y veréis la salvación que YHWH os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás» (Exodo 14,13).

Ozías les dijo: «¡Ánimo, hermanos!; resistamos aún cinco días, y en este tiempo el Señor Dios nuestro volverá su compasión hacia nosotros, porque no nos ha de abandonar por siempre» (Judit 7,30).

Esta salvación, tal como la presentaba Isaías, tiene un carácter integral de superación tanto del mal físico como del moral. En efecto, el anuncio profético continuaba diciendo:

«Habrá allí una senda y un camino, vía sacra se la llamará; no pasará el impuro por ella, ni los necios por ella vagarán» (Is 35,8).

Jesús asume esa vinculación entre enfermedad y pecado. Por eso, a la vez que cura, también quita el pecado. Y ante aquellos que cuestionan su poder para perdonar, que es un ministerio ordinario para los sacerdotes, Jesús les muestra un poder extraordinario. Expresa una orden que es menos fácil de realizar:

«Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados – dice entonces al paralítico -: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»» (Mt 9,6).

Los presentes reconocen en la acción realizada por Jesús el poder que Dios le ha concedido a los seres humanos, tanto a él como a sus discípulos. También nosotros estamos llamados a perdonar (Mt 6,14-15; 18,15-35) y a curar «toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10,8).

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