Mc 12,38-44. DIO TODO LO QUE TENÍA

«Jesús enseñaba a la multitud: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad».

Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.

Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,38-44).

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La enseñanza de Jesús, a partir de un hecho presenciado, se inserta en la tradición profética y sapiencial judía. El profeta Elías había pedido a una viuda cananea que le hiciera pan para él con lo único que tenía para vivir. No se trataba de una actitud insensible del profeta, sino una invitación a la CONFIANZA en el Dios providente:

«No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. Porque así habla YHWH, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja, no se agotará el aceite en la orza hasta el día en que YHWH conceda la lluvia sobre la haz de la tierra.

Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que YHWH había dicho por  boca de Elías» (1 Re 17,13-16).

Un episodio semejante relata un comentario rabínico al Levítico, sobre un sacerdote que se ríe de la insignificancia de la ofrenda de harina de una viuda. En sueños Dios manifiesta al sacerdote:

«No la desprecies, porque es como una que se ha ofrecido a sí misma» (Levítico rabbá 3,107a).

La medida de la generosidad no está dada por la cantidad, sino en la PROPORCIÓN de la capacidad. Lo decisivo no es la magnitud de la ofrenda, sino los sentimientos hacia Dios:

«Es lo mismo que un hombre ofrezca mucho o poco con tal que el pensamiento del hombre esté dirigido a Dios» (Mishná Menajot 13,11).

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