Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?».
Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: «Del cielo», él nos dirá: «Entonces, ¿por qué no creyeron en él?». Y si decimos: «De los hombres», debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta». Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos». El, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto» (Mt 21,23-27).
A Jesús se le pide cuenta de los hechos sucedidos el día anterior: La expulsión de los vendedores del Templo (Mc 11,15-18). Si contestara la pregunta, las respuestas se le volverían en contra:
- Si es su PROPIA AUTORIDAD, se trataría de un acto de desconocimiento de las autoridades religiosas establecidas, aprobadas por la autoridad imperial. Es decir, de rebeldía.
- Si es AUTORIDAD DIVINA, lo acusarían de blasfemo.
Jesús evita la pregunta devolviéndola a sus interlocutores. A ellos también las respuestas los perjudicarían, como bien lo saben:
- Se exponen a ser considerados como REBELDES a Dios: por no haber creído en un mensaje que admiten que procede del Cielo.
- Se exponen a ser vistos como IRRELIGIOSOS: por no reconocer la inspiración del Espíritu Santo en una persona que todo el pueblo considera como profeta.
La negativa a responder no nace de la sinceridad: no es cierto que no saben. Más bien han decidido no hacer pública su opinión, porque han examinado los riesgos.
La negativa de respuesta de Jesús contiene una respuesta tácita: él ha recibido una autoridad que tiene la misma fuente que la de Juan el Bautista. Llegará el momento en que la afirme claramente, y compartirá, entonces, el mismo destino martirial que Juan.